Acuarela de Mateo Santamarta.
(...)
¿Quién no tuvo pánico de sentarse delante del telón
de su propio corazón? Aquel se abrió: la escena era una despedida.
Fácil de comprender. El jardín consabido,
oscilando suavemente aparecía luego el danzarín.
No es él. ¡Basta! Por más que se mueva con tanta ligereza
se ve que está disfrazado, y resulta ser un burgués
que a través de la cocina penetra en la habitación.
No quiero esta máscara a medio llenar,
preferible la marioneta. Está llena. Me decido
a soportar el muñeco y y los hilos de alambre,
y el rostro hecho de apariencia. Aquí. Ya estoy delante.
Y aunque la luz de las candilejas se apague, aún
cuando alguien me diga: "No hay más"...Aunque desde la escena
llegue el vacío con la corriente de un aire sombrío,
aunque ninguno de mis silenciosos antepasados
se siente a mi lado, ni ninguna mujer, ni siquiera
el muchacho bizco de ojos castaños:
me quedo a pesar de todo. Siempre hay algo que ver.
(...)
Rainer María Rilke > Elegias duinesas > Cuarta Elegía (fragmento)
Texto copiado de Nueva antología poética. (Colección Austral; versión de Jaime Ferreiro Alemparte)
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